El Saramago del fútbol pasa página
Solo un retiro dorado obligará a Luis Filipe Madeira Caeira Figo (Lisboa, Portugal, 1972) a calzarse de nuevo las botas de fútbol. Pero nunca volverá a ser lo mismo. En plenas celebraciones de su cuarta Liga italiana, que consiguió con el Inter para su compatriota José Mourinho, el luso anunció que no volverá a jugar en Europa. Adiós al sucesor de Eusebio, y al emblema de la mejor generación de futbolistas portugueses. Pero también a un jugador controvertido que protagonizó en el año 2000 el traspaso más polémico del fútbol español, desde el Barcelona al Real Madrid.
Este centrocampista de banda con extrema verticalidad que era capaz de liderar a todo un país con su regate y su disparo a puerta, gozaba de una personalidad esquizoide que le otorgaba un carácter dentro del campo de tal magnitud que serán para siempre recordados sus desplantes tras ser sustituido (como ante Inglaterra en la Eurocopa 2004), la patada que retiró al zaragocista César Jiménez, o sus ataques a Vanderlei Luxemburgo (el técnico de su última etapa madridista): «Nació para entrenar en Italia».
Lejos del césped, dicen, es una persona cerrada, calculadora, fría y distante. Es lo que queda del hijo único de Antonio y Maria Joana (dueños de un colmado), que destacaba en matemáticas, al tiempo que lo hacía en el equipo de Os Pastilhas (nombre tomado del patrocinador, fabricante de píldoras digestivas). Pronto se dedicó al deporte en exclusiva, aunque ciertos allegados le acusan de «tener una relación demasiado apasionada con el dinero».
Con todo, Figo lideró, balón en ristre, al Portugal sub-16 campeón de Europa en 1989 y al juvenil de título mundial un año después. Fueron sus únicos éxitos con la lusa, y el lunar en la hoja de servicios del portugués más internacional. Una eliminatoria de UEFA entre su Sporting de Lisboa y el Real Madrid fue el punto de no retorno. Lo quiso fichar Valdano y se lo llevó Cruyff (tras salvar la duplicidad de contratos con el Parma y la Juve) para tapar el agujero del traidor Laudrup y su pase al Real Madrid.
Lo fue todo en Can Barça. Vendió más camisetas que nadie, y en la suya, el brazalete. Pero, en busca de la Champions, el capitán firmó un contrato con el entonces candidato Florentino (que apostó su fichaje contra el abono de todos los socios merengues por un año). Mediante un traspaso encubierto (de diez mil millones de pesetas, el más caro de la historia hasta entonces) que el Barça nunca admitió, Figo pasó al lado oscuro culé.
Las consecuencias fueron históricas y, en su primera visita al Camp Nou, se batió por tres veces el récord de decibelios generados en una bronca a un futbolista. Hubo más ruido que en un concierto de rock o en el despegue de un avión. En su regreso a Barcelona, le arrojaron una botella de whisky y una cabeza de cochinillo. Completó su palmarés en el Real Madrid galáctico, que abandonó para colgar el broche de oro en el históricamente gafado Inter. Le dio tiempo a sumergirse en el cine (Torrente 3 y Second Life) y a postularse como futuro presidente de la federación portuguesa.
En una ocasión, el nobel José Saramago afirmó: «Yo me siento el Figo de la literatura». Son legión los que siempre verán a Figo como el Saramago del fútbol. Por supuesto, hay discrepancias al respecto.
Este centrocampista de banda con extrema verticalidad que era capaz de liderar a todo un país con su regate y su disparo a puerta, gozaba de una personalidad esquizoide que le otorgaba un carácter dentro del campo de tal magnitud que serán para siempre recordados sus desplantes tras ser sustituido (como ante Inglaterra en la Eurocopa 2004), la patada que retiró al zaragocista César Jiménez, o sus ataques a Vanderlei Luxemburgo (el técnico de su última etapa madridista): «Nació para entrenar en Italia».
Lejos del césped, dicen, es una persona cerrada, calculadora, fría y distante. Es lo que queda del hijo único de Antonio y Maria Joana (dueños de un colmado), que destacaba en matemáticas, al tiempo que lo hacía en el equipo de Os Pastilhas (nombre tomado del patrocinador, fabricante de píldoras digestivas). Pronto se dedicó al deporte en exclusiva, aunque ciertos allegados le acusan de «tener una relación demasiado apasionada con el dinero».
Con todo, Figo lideró, balón en ristre, al Portugal sub-16 campeón de Europa en 1989 y al juvenil de título mundial un año después. Fueron sus únicos éxitos con la lusa, y el lunar en la hoja de servicios del portugués más internacional. Una eliminatoria de UEFA entre su Sporting de Lisboa y el Real Madrid fue el punto de no retorno. Lo quiso fichar Valdano y se lo llevó Cruyff (tras salvar la duplicidad de contratos con el Parma y la Juve) para tapar el agujero del traidor Laudrup y su pase al Real Madrid.
Lo fue todo en Can Barça. Vendió más camisetas que nadie, y en la suya, el brazalete. Pero, en busca de la Champions, el capitán firmó un contrato con el entonces candidato Florentino (que apostó su fichaje contra el abono de todos los socios merengues por un año). Mediante un traspaso encubierto (de diez mil millones de pesetas, el más caro de la historia hasta entonces) que el Barça nunca admitió, Figo pasó al lado oscuro culé.
Las consecuencias fueron históricas y, en su primera visita al Camp Nou, se batió por tres veces el récord de decibelios generados en una bronca a un futbolista. Hubo más ruido que en un concierto de rock o en el despegue de un avión. En su regreso a Barcelona, le arrojaron una botella de whisky y una cabeza de cochinillo. Completó su palmarés en el Real Madrid galáctico, que abandonó para colgar el broche de oro en el históricamente gafado Inter. Le dio tiempo a sumergirse en el cine (Torrente 3 y Second Life) y a postularse como futuro presidente de la federación portuguesa.
En una ocasión, el nobel José Saramago afirmó: «Yo me siento el Figo de la literatura». Son legión los que siempre verán a Figo como el Saramago del fútbol. Por supuesto, hay discrepancias al respecto.
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